Hay quienes afirman que el lenguaje es una convención social a través de cual logramos entendernos entre todos, es decir, vivimos en la misma sintonía. Pero a veces, ninguna palabra, incluso el lenguaje mismo, parecieran ser suficientes para decir lo buena y valiosa que es una persona. No hay forma en la que se pueda hacer saber a los demás cuán admirable es la persona en cuestión; solo la experiencia misma sabe expresarlo.
Todo aquel que ha tenido la oportunidad de conocer y tratar a Isabel Gutiérrez de Bosch puede afirmar que, en ella, esta situación cobra vida. Solo conocer su nombre, su historia y su labor por los demás es una cosa; estar sentado frente a ella, con esa presencia fuerte, pero cálida y amable, y que de sus labios broten los relatos que entretejidos narran una vida como ninguna otra, cuenta más que lo que algún escrito, este incluido, alguna vez podrá.
Dueña de una hoja de vida inigualable, doña Isa, como con cariño la llaman, es mucho más que la hija del reconocido empresario Juan Bautista Gutiérrez. Ella ha sabido forjar su propio nombre siendo ella misma y haciendo lo que más le gusta, ayudar a los demás.
Los primeros cinco años de su vida transcurrieron en San Cristóbal, Totonicapán, un pueblecito "muy pintoresco". Al llegar el momento de entrar al colegio, sus padres decidieron trasladarse a Quetzaltenango, donde se graduó de secretaria ejecutiva a los 15 años. Deseaba estudiar medicina, pero las creencias de la época no se lo permitieron.
A los 19 años contrajo matrimonio con Alfonso Bosch, padre de sus cinco hijos: Juan Luis, Jorge, María Isabel, Felipe y Claudia, a quienes ha dedicado gran parte de su vida y quienes, junto con sus 19 nietos y 25 bisnietos, son su principal apoyo e inspiración.
Sus primeros acercamientos con el trabajo social, su tarea, como ella lo llama, fueron durante sus días de juventud, cuando trabajaba como secretaria para su padre, miembro del Club Rotario de Quetzaltenango. Años después, su esposo Alfonso se enroló en el club de la Ciudad de Guatemala y fue allí donde tuvo oportunidad de involucrarse más a fondo en distintas actividades.
En los años 80 promovió la restauración del Obelisco a través de la iniciativa Ladrillos por Amor, cobrando 175 quetzales por cada ladrillo en el que el nombre de las personas que lo compraban era colocado. Además, durante esa época colaboró en la fundación del proyecto Aldeas Infantiles, las cuales, como su nombre lo indica, eran aldeas para niños desamparados por el terremoto, sin casa y sin padres.
Su entrada a la Fundación Juan Bautista Gutiérrez, casa de sus proyectos más ambiciosos, fue inesperada. Cuenta que un día, uno de sus sobrinos le dijo que habían empezado una fundación, que la habían nombrado como de su padre, que ella era la presidenta y que esa tarde debía presentarse a una premiación. No lo pidió, ni lo esperaba, pero sacó el mayor provecho de ello.
Uno de los proyectos de la fundación eran las Olimpiadas Nacionales de Matemática y Química, cuyo ganador es considerado como el mejor estudiante en ambas ramas. En el año 2000, Gutiérrez de Bosch fue la encargada de entregar el premio al primer lugar. Al finalizar el evento, entabló una conversación con el joven de nombre Luis Armando Jocol sobre cuáles eran sus planes para el futuro. Le preguntó si entraría a la Universidad, él le respondió que no estudiaría, sino que ayudaría a su padre, quien era asistente de albañil, porque su familia era de escasos recursos.
Es así como ella decidió apoyar económicamente al joven, quien años después se graduaría como ingeniero químico de la Universidad del Valle de Guatemala, pues ella no permitiría que el mejor químico del país no siguiera adelante, y cómo se originó el Programa de Becas Universitarias de la Fundación Juan Bautista Gutiérrez, dedicado apoyar a todos aquellos jóvenes con talento académico, pero de recursos económicos limitados. Hoy en día, el programa que inició con tan solo un becado proveniente de Quetzaltenango, cuenta con 125 estudiantes becados y 116 graduados.
En la actualidad, ella continúa a la cabeza de la fundación y participa activamente en el Club Rotario. Diariamente sube el asensor hacía el quinto piso de la Torre I del Centro Empresarial, edificio ubicado en la zona 10 de la ciudad de Guatemala, montada en la moto que utiliza para movilizarse, pues ya no camina.
Las oficinas de la fundación se componen por una serie de cuartos visitados día con día por su equipo de trabajo, la mayoría mujeres, sus becados y otros invitados más. El ambiente que se respira es como a familia, algo por lo que ella vive.
Su oficina personal está ubicada al final de un pasillo angosto. Un escritorio largo de vidrio llena el lugar y las paredes están repletas de recuerdos y reconocimientos que ha cosechado a lo largo de los años, muchos de ellos ganados por su ardua labor social, como la Orden del Quetzal que cuelga detrás de su escritorio, que le fue otorgada en 2005, o los miles de regalos que cada promoción de becados le ha entregado y que ella muestra con un orgullo único.
Su personalidad es dominante, le gusta tener el control de las conversaciones. Se niega a que, un martes a las 2 de la tarde, luego de haber almorzado junto a sus compañeras, una de sus becadas le haga preguntas sobre su vida. Primero, ella quiere contarle sus experiencias con una precisión en fechas y detalles que deja sin palabras.
Su manera de hablar y comportarse muestra a alguien que ha pasado por momentos difíciles en esta vida, pero que, en lugar de rendirse ante ellos, ha sabido levantarse cada vez más fuerte. Pero si se le observa bien, en sus ojos reluce un brillo que denota ternura, pasión y amor por lo que hace y por los que la rodean. Le gusta reírse, es ocurrente y hace bromas. Ante lo que muchos puedan pensar, no es una señora seria, formal sí, pero nunca seria.
Isabel Gutiérrez de Bosch es alguien a quien la vida le ha dado tanto, que en lugar de quedárselo para ella misma y su familia, ha decidido compartirlo con los demás. Sus programas han marcado las vidas de todo aquel que ha sido beneficiado, mas no por lo material, sino porque su personalidad es tan fuerte que su huella no se puede borrar.
Doña Isa es así, pero al mismo tiempo no lo es, porque todas estas palabras no pueden reflejarla por completo. Nunca podrán.
¿Cómo impactó su vida la crianza que sus padres le dieron desde pequeña?
Las enseñanzas que me dieron mis papás me impactaron de una manera tal que las sigo llevando. Lo que viví en mi casa sigue; yo seguí lo mismo y la misma historia fue con mis hijos, que se lo han pasado a mis nietos. Mis papás me enseñaron a decir siempre la verdad, ser tenaz en lo que haga y a no perder el tiempo.
REIR (responsabilidad, excelencia, integridad, respeto) son los valores de la Corporación Multi Inversiones y la Fundación. ¿Cómo se refleja REIR en su vida diaria?
REIR es porque yo siempre prefiero estar contenta. Desde luego que hay penas y las penas hay que saber manejarlas. Me han tocado penas duras, como la pérdida de mi esposo, y vi que salí adelante después de mucho esfuerzo y muchas penas. REIR, para mí, es ser respetuoso, atento, leal, seguir adelante y hacer todas las cosas bien.
Se le conoce por ser mujer de familia, ¿cuál es la enseñanza que más ha inculcado a sus hijos y nietos a través de los años?
El cariño de la familia, el apoyo y (pregunta con tono de chiste “qué más") a hacer siempre lo correcto. La honradez, perseverancia y a trabajar duro. Gracias a Dios todos están muy en lo que tienen que hacer.
¿Cómo se dio cuenta de que su pasión en la vida es ayudar a los demás, favorecer al necesitado?
Pues yo no sé (ríe). Creo que influyó mucho el que cuando era chiquita, yo quería jugar con las niñas en San Cristóbal y no me las dejaban porque ellas tenían que cuidar a sus hermanitos; tenían que guardar ropa y trastos, entonces no las dejaban. Yo las iba ayudar a lavar trastos y de allí nos íbamos a mi casa. En cinco minutos ya estaba la mamá llevándoselas de regreso. De repente eso influyó, porque me recuerdo mucho de ello. Me apasiona que la gente se supere.
En 1997, usted se convirtió en la primera mujer admitida en el Club Rotario de Guatemala, ¿qué significó esto para usted y las demás mujeres del club?
(Ríe al escuchar la pregunta) Fue un honor muy grande y lo que pensarán las otras mujeres yo no sé, pero sí fui la primera. Durante los primeros meses sí me sentía como un pollo comprado, porque decía “dónde me voy a sentar”. Lo que hacía era que dejaba mi cartera en una silla, entonces los que se sentaran allí ya sabían que en esa silla me iba a sentar yo.
Invité a la Teresita de Zarco, a que me acompañara a los pocos meses y después invité a Margarita de Klanderud, que fue la tercera mujer en entrar al Club.
¿De dónde surge la inspiración para fundar Fundaniñas? Un hogar cuyo propósito es "rescatar a niñas en riesgo para que puedan reincorporarse en la sociedad de forma productiva".
Por allí en el año 90 me llamaron de Quetzaltenango porque había cuatro muchachitas que iban de aquí de Guatemala que no tenían donde vivir y querían que les dieran casa, pero tenían 13, 15 y 16 años, entonces no se podía porque ya estaban muy grandes. En las Aldeas Infantiles resultó que recibían a los niños huérfanos desde chiquitos hasta los 10 años, no más. Entonces les dije “fíjense que no, no se puede” y ellos las pusieron en otro lado. El alcalde parece que les dio un cuarto y lo arreglaron el cuarto para que durmieran; iban a comer a no sé dónde. No se instalaron en Aldeas Infantiles. Después de eso a mí me quedó mucho remordimiento por muchas muchachitas en esa época. Uno iba al Obelisco y había muchachitas pidiendo limosna solas con la abuelita allí a un lado, quien seguro tomaba, y nada más las ponían que fueran a pedir dinero. Ellas tenían 8, 9 y 10 años. Las de 12 años o 13 paraban los carros con señores y les decían que se las llevaran. Estaba feo.
De allí en el Club Rotario llegué a una sesión y resulta que habían pensado que las señoras de los Club Rotarios presentaran un proyecto cada una y nos estaban diciendo que pensáramos qué proyecto podíamos hacer. Yo les dije: “Miren, yo tengo un proyecto. Todas las muchachitas que están pidiendo limosna y que están allí pidiendo irse con los hombres, las agarramos nosotros y las metemos en una casa”. Yo creí que era de agarrarlas y de meterlas allí. Pero oh sorpresa (risas), había que hacer un montón de papeles legales. Entonces lo legalizamos y fundamos Fundaniñas. Empezamos con niñas en la zona 5 y luego después nos dio la municipalidad una casa en la zona 6, donde estamos ahora.
El año pasado el programa de becas marcó historia al entregar 33 becas, el mayor número hasta el momento. ¿Consideró, al iniciar el programa con tan solo un becado, que este llegaría a ser considerado como uno de los mejores en Guatemala?
No, no me lo me imaginé. Yo pensé que íbamos a dar esa beca y ya estuvo. Pero como resultó tan bien el muchachito [Luis Armando Jocol] y sabemos que hay tanto estudiante en Guatemala que no puede llegar a la universidad, pero que tiene cabeza y que son buenos, seguimos; como también me siguieron dando plata (ríe). Estamos felices. Ahora tenemos 33 becados nuevos y el año entrante tendremos más.
Tras 19 años de apoyar a jóvenes con grandes sueños, ¿cómo han impactado su vida las historias de cada uno de ellos?
Me siento muy afortunada (sus ojos se llenan de lágrimas). Voy a llorar (ríe mientras aclara su garganta). Estoy muy feliz, es una felicidad interior muy grande. Le doy gracias a Dios que se puede hacer, y le pido que les dé mucho trabajo a mis hijos, para que lo podamos seguir haciendo mucho tiempo más.
¿Cuál es su compromiso con el país?
Yo creo que no tengo compromiso con el país (ríe), pero por lo menos apoyar a toda la gente necesitada que yo pueda, porque he tenido varios proyectos y todos han sido de ayuda social.
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