El sol brillaba en el cielo despejado y el cantar de las aves musicalizaba el ambiente de esa mañana de viernes al momento en el que el sonido de nuestros pasos contra las hojas secas interrumpió la paz que reinaba en aquel lugar alejado de la carretera. Allí, justo al extremo de un claro en medio del pequeño bosque, se encontraba nuestro destino: el hogar para ancianos de la Iglesia de Cristo Elim Central, una residencia destinada a acoger a adultos mayores en situación de abandono.
Me había presentado en la oficina del director del hogar exactamente a las ocho de la mañana, hora en la que se me solicitó llegar, pero, como es habitual en este país, tuve que esperar por un momento para ser atendida. Ese lapso fue lo que mi ansiedad necesitaba para calarme los nervios al punto empezar a arrepentirme de haber solicitado la visita. ¿Cómo serían las personas? ¿Les agradaría? ¿Estarían dispuestas hablar conmigo?
Menos de 30 minutos después, todas mis dudas se disiparon con tan solo ver la fachada amarilla del hogar, la cual resplandecía con aquel brillo singular que solo los primeros rayos del sol pueden dar. Desde la distancia casi no puede apreciarse su belleza, mas su presencia es poderosa al estar frente a ella. Trasmite paz y armonía, una bocanada de aire fresco para el alma de cualquiera.
Entramos y dimos una vuelta al lugar. Durante el recorrido, fui presentada con los cuidadores de los huéspedes del hogar, una serie de enfermeras y voluntarios miembros de la misma iglesia o de la Fundación Remar, que también tiene parte en el proyecto. Asimismo, pude conocer por nombre a todos los residentes. Todos me recibieron con una sonrisa y una curiosidad que hicieron a mi ansiedad sentir vergüenza por haber dudado de ellos.
Con cada uno, la conversación era parecida:
-Buenos días, hermanos- saludaba mi guía con cariño
-Buenos días, hermano Raynner- respondían todos con la misma cantidad de afecto
-Le presento a Liz. Ella es una chica que participa en actividades de la Iglesia y hoy viene a acompañarlos
- ¡Ve pues! Qué alegre- era una de las reacciones más comunes
Algunos otros contestaban con una sonrisa en el rostro:
- ¿Cómo está hermana? Qué bueno que vino – y me tendían la mano
Al terminar la ronda introductoria, fui dejada a merced de la situación. Inicialmente, fue incómodo, pues cada hermano (por ser el hogar de una Iglesia, ese era el tratamiento entre todos) estaba sumergido en su propio mundo. En lo que lograba adaptarme al ambiente, recorrí el pequeño patio con la mirada, apreciando cada detalle del lugar.
De repente, mi observación fue interrumpida por la voz de un de las residentes, la hermana Susy, quien estaba sentada en uno de los sillones de la estancia.
- ¿Y qué viene a hacer con nosotros? – dijo en tono burlesco – si ya todos somos carnes viejas y gastadas, no tenemos mucho que dar- y rio.
- Bueno, las carnes frescas necesitamos aprender de las viejas – le devolví la broma, - si no, ¿cómo le hacemos para sobrevivir?
Luego de compartir una sonrisa de complicidad, me senté a su lado. Empezamos a charlar y, en poco tiempo, me convirtió en su amiga e, incluso, en su confidente. Me habló de su días en el hogar, realizó comentarios sobre las costumbres de sus compañeras de habitación que no mucho resonaban con ella y me compartió su más sincera opinión acerca de el funcionamiento de las cosas en la residencia.
Su forma de hablar, expresiones y puntos de vista revelaban a una mujer fuerte, segura de sí misma, atenta, analítica y observadora. Estos últimos aspectos me tomaron por sorpresa, pues de la nada interrumpió nuestra conversación para decir:
-Me doy cuenta de que usted es una persona de carácter.
A lo que ella se refería era a lo que había sucedido minutos antes, cuando una de las ayudantes se había acercado a nosotras con tal de preguntarme cuánto tiempo me quedaría en el lugar. Le había respondido que no sabía, que me quedaría allí lo que fuera necesario.
-Cuando le respondió así a la muchachita que vino a preguntarle, me di cuenta de que usted es una persona fuerte.
Fue así como me di cuenta de que la hermana Susy me había estado estudiando desde el momento en que entré en la estancia. Luego sonrío y regresamos a nuestra charla. Sin darnos cuenta, pasamos alrededor de dos horas sentadas en el mismo lugar, ella hablando y yo asintiendo, cada vez más inmersa en lo que relataba. Me contó sobre sus estudios, tema de conversación que trajo a colación porque me escuchó hablarle a alguien más sobre mi carrera.
Aprendí que también estudió Ciencias de la Comunicación, pero ello abandonó la carrera tras darse cuenta de que no era lo suyo. Luego estudió arquitectura en la Universidad Mariano Gálvez, carrera de la que sí se tituló, y luego se fue a Estados Unidos a estudiar Business Administration.
Al regresar a Guatemala, por el año 85, fundó su propia empresa de construcción. Tiempo después, al aburrirse de realizar la misma actividad cada día, la cerró. Nadie estaba de acuerdo, pero cuenta que a ella eso era lo que menos le importaba.
Con los años, empezó a trabajar en bienes raíces como vendedora.
-Yo de ventas no sabía nada- me contaba, -pero fui aprendiendo en la práctica y viendo a mis demás compañeros. En sí, de casas sabía un montón, pues soy arquitecta. Lo demás era solo cómo tratar a la gente.
La venta de casas y terrenos fue su vida hasta la vejez. Se dedicaba a ello de día y de noche, y lo disfrutaba más que nada.
-Llegué a tener mucho dinero. No me hacía falta nada- contaba
-Entonces- me atreví a preguntar- ¿cómo es que entró a este hogar, hermana?
-Lo perdí todo. Intentaron secuestrarme, se llevaron mis cosas y yo ya no pude más. Caí en depresión, no le encontraba sentido a la vida. Me desesperé de estar sola y decidí buscarme un asilo
Fue así como desde hace año y medio, la hermana Susy vive en la casa hogar acompañada por otros 11 ancianos, todos de diferente procedencia y situación familiar.
La Ley de Protección par las Personas de la Tercera Edad, decreto 80-96, establece que las personas responsables de cuidar y velar por el bien de un adulto mayor son sus parientes cercanos. En caso de no hacerlo, se incurriría en delito de abandono.
El director y encargado de la logística del hogar de la Iglesia de Cristo Elim Central, Raynner Alvárez, expresa que la definición de abandono que ellos como institución manejan al momento de rescatar a un adulto mayor en estado de vulnerabilidad ha de lo que originalmente tenían en cuenta. “Hay adultos mayores que, evidentemente, no cuentan con ningún familiar que cuide de ellos y están completamente a su suerte. Por lo tanto, se dice que están abandonados. Pero hay otros que, aunque sí cuentan con una familia, la misma no tiene cuidado de ellos o los maltratan, por lo que es mejor extraerlos de esa situación”.
En el hogar, los residentes tienen un horario establecido, cuartos compartidos con otros hermanos y realizan actividades manuales y estudios de la Biblia. También asisten a las reuniones de la congregación los domingos por las mañana.
Luego de escuchar la historia de vida de la hermana Susy, solo me quedaba una pregunta por hacer:
-Hermana, ¿cuándo acepto a Cristo en su corazón?
-Hace 35 años, he pasado con él la mitad de mi vida. Pero, en realidad, yo siempre supe que Dios estaba conmigo
Me contó que, de pequeña, en una ocasión caminaba de regreso a su casa desde el colegio. De repente, se paró en medio de la acera de la zona 4, por donde actualmente se ubican los edificios del Banco Industrial, y observó como todos automóviles pasaban a toda velocidad.
-En medio de mi asombro, me dije a mi misma: “Yo soy poderosa y todo lo puedo. Y si hay un Dios en el cielo, él me va a ayudar a alcanzar todo lo que me planeo, porque soy poderosa”- comenta
Fue desde allí que empezó a luchar por todo lo que quería. Cuando, ya de grande, le entregó su corazón al Señor, encontró el verdadero significado detrás de esa experiencia. Desde entonces, llama a Jesús su “mejor amigo” y dedica sus mañanas a leer la biblia.
Cuando nos dimos cuenta de la hora, ella me dejó porque se le había olvidado arreglar su cama.
Me quedé sola en el sofá, sin nadie con quien charlar, pues los demás hermanos se habían retirado a sus cuartos. Resignada, había empezado a pasear por el patio, cuando una de las enfermeras me pidió ayuda. Una de las hermanas, la hermana Ilda, deseaba ir a caminar al bosquesito que rodea la residencia, pero por su condición médica necesitaba que alguien la acompañara.
Me levanté de mi asiento y caminé hacia donde estaba la hermana Ilda. Al llegar con ella, se alegró grandemente y tomó mi brazo. Caminamos por el bosque durante aproximadamente 45 minutos, periodo durante el cual pude conocer más de su vida.
Ella es una de las primeras residentes del hogar, vive allí desde hace 2 años y medio. La mayor parte de ellos, enferma.
-Tengo glaucoma, por eso utilizo los lentes de sol, y también mi oído derecho está destruido. Por ello debo tener puestos mis tapones de oídos. No soporto los ruidos fuertes, ni la luz muy brillante.
Además, utiliza un andador para caminar, pues sus piernas se han debilitado recientemente. No le agrada tener que llevarlo a todos lados y todavía se siente con la fuerza necesaria para andar sin él, pero necesita un apoyo. Es por ello por lo que alguien debe acompañarla en sus paseos.
Estaba contenta, pues esa mañana no había mucho calor y el día anterior el otorrinolaringólogo le había dicho que él se encargaría de darle gratuitamente el tratamiento que su oído derecho necesitaba
-Yo siento que a veces el Señor nos envía ángeles para ayudarnos en nuestro camino. El doctor es uno de mis ángeles, porque yo sé que las consultas médicas han salido caras, y aún más la medicina. Pero doy gracias a Dios por todas las personas que me han ayudado.
De acuerdo con datos presentados por el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGGS), aproximadamente el 16 por ciento de los adultos mayores cuenta cobertura del seguro social. El resto, debe recurrir a los servicios de salud pública o privada, si logran costearlo.
La hermana Ilda es paciente de un otorrinolaringólogo y un oftalmólogo privados gracias a las donaciones y el apoyo de los diversos beneficiaros de la casa hogar.
La caminata fue pacífica, un pequeño respiro de la rutina corrida de la ciudad. Cuando ya llevábamos un buen rato caminando, intenté averiguar un poco más sobre la familia de la hermana Ilda y los motivos por los que estaba en el hogar.
Mis preguntas no le sentaron bien a la hermana, pues me comentó que ese es un tema delicado que todavía la pone triste. En su lugar, charlamos de películas, de música, de mis estudios y de lo lindo que estaba el día. Me sorprendió la agudeza de su memoria, su capacidad de análisis y lo caluroso de su corazón.
Lo poco que me contó de su familia es que había estado casada, pero ya no, y aunque su exesposo todavía vive, no tiene ningún contacto con él. Asimismo, tuvo dos hijos, pero ambos fallecieron de pequeños.
Nuestro paseo fue interrumpido en tres ocasiones. La primera, porque a la hermana se le olvidó cambiarse los zapatos, así que regresamos a su habitación para que pudiera colocarse sus tenis. En la segunda, olvidó colocarse su gorro, por lo que tuvimos que regresar una vez más, ya no deseaba enfermarse con el viento que soplaba, como lo confirmaban sus tres suéteres y bufanda. Y en la última ocasión, porque deseaba descansar un rato. Nos sentamos en dos sillas a la sombra de un árbol y platicamos de la vida, de la misericordia del Señor y de cómo la tecnología a cambiado la vida de las personas.
Luego de un rato disfrutando del aire fresco, nos levantamos y regresamos a su habitación una vez más. Allí se quitó los suéteres y me mostró la blusa típica de la que tanto me había hablado durante nuestro paseo, la cual hacía juego con su pantalón color aqua.
Al salir de su cuatro, regresé a la estancia en busca de la hermana Susy, pero al no encontrarla allí, decidí visitar las demás habitaciones.
Fue así como conocí a la hermana Vicky, la mujer más dulce del hogar. Ella, antes de ser rescatada por la Iglesia, vivía sola en un cuatro de 2x4 metros cuadrados. Allí luchaba por sobrevivir cada día. En la actualidad, comparte cuarto con la hermana Gloria, quien sufrió de dos derrames cerebrales que afectaron la manera en la que se relaciona con los demás.
En el cuarto a la par de la enfermería, duermen los hermanos Carlitos y Juan, conocidos en la residencia por ser los más estudiosos de la Palabra (la Biblia). Ambos son risueños y se mantienen en su habitación leyendo. El hermano Carlitos me mencionó que ha leído la Biblia completa en cuatro ocasiones y el hermano Juan asiente a todo lo que le dicen, sin hablar mucho.
En el cuarto de al lado está el hermano Miguel, quien prefiere que lo llamen Mike. Él es un ex fisicoculturista que ahora se dedica a hacer reír a los demás con las historias de sus viajes por el mundo y su larga lista de conquistas. Tiene el torso ancho como resultado de su arduos años de entrenamiento y nunca deja de sonreír.
Él comparte cuarto con el hermano Rene, quien es invidente. Por lo general, solo sale de la habitación para las comidas y cuando llegan a impartirles cursos de cómo hacer pulseras u otra clase de manualidad, pues disfruta mucho de ello. La pared de su cuarto está decorada con trabajos manuales que él ha pintado.
Al momento de mi visita, lo encontré doblando su ropa mientras escuchaba un partido de fútbol en la radio. Llevaba algunos días con un estado de salud delicado, pero ese viernes ya empezaba a sentirse mejor.
-Duele, el cuerpo duele. Pero hay que seguir adelante- me decía
Por último, platiqué con el hermano Lucas, el más pispireto del hogar. Casi no hacía caso mis palabras, pero, sin pensarlo se me acerco y preguntó:
- ¿Usted tiene novio?
- No – respondí
-Bueno, es hora de que le empiece a orar al Señor por uno
Volví a encontrarme con la hermana Susy a la hora del almuerzo, las 12:30. Ella me saludó y preguntó por lo que había hecho luego de separarnos mientras la acompañaba al comedor. Allí, observé cómo todos los hermanos se juntaban y comían juntos luego de orar por sus alimentos. Me di cuenta de que entre ellos han formado su propia comunidad, en donde se acompañan y apoyan mutuamente.
A pesar de ello, hay adultos mayores que no desean vivir de esta manera. “Hemos encontrado a algunas personas que se niegan rotundamente a entrar en un hogar para ancianos porque sienten que es una violación a su libertad e independencia. O hay otros que luego de entrar, se ven amenazados por la rutina y escapan”, menciona Álvarez.
Al terminar el horario del almuerzo, el grupo se dividió y yo me retiré del hogar, no sin antes despedirme de mis nuevos amigos. Cada uno me dijo adiós con una sonrisa, me bendijeron y preguntaron que cuándo llegaría de nuevo. Yo les prometí intentar visitarlos pronto y lo dije en serio. En cuatro horas aprendí mucho de la vida y pude experimentas a primera vista como Dios se mueve entre sus hijos.
Finalmente, la hermana Susy lo decía. Ellos desean platicar con alguien que los escuché con atención y les haga recordar que son valiosos.
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